Vieja mirada mía, de trigos pesados de medio día, de tierrales que bailan por las lomitas y bajan al arroyo a descansar al fresco de los viejos berrales, debajo de aquel puente de la antigua aventura... todo es antiguo, o más que eso: es viejo, tan viejo como el último sol de mi primer suspiro, tan viejo como la abundancia y el hambre. Quién me enseñó a no tocar la fruta del vecino, quién le enseñó a él a enseñarme a mi. Quién me enseñó a sembrar mi propia fruta, me acuerdo que me enseñaron a no tocar la fruta del vecino... es más fácil enseñar a enseñar, que enseñar a aprender, o a lo mejor, es menos riesgoso. Vieja mirada mía, de trigos pesados de medio día, cuando llegan a vos los vientos del camino te enancasa el volar de un yuyo seco, y trepás los milagrosos secos de las nubes quebradas por los truenos, para ponerle luz a los relámpagos, aquella luz que te enseñó el silencio... Vieja mirada mía, la de las orillitas de los sueños, volveme cada tanto a la soledad de la simpleza, a la rama quebrada, al pájaro indiferente cuando paso, volveme cada tanto a los barriales limpios, al adobe, a las mañanas blancas, a los molinos de las sedes largas, al incoloro espacio de las lágrimas, al perdón casi hereje que reencuentro cuando miro a Dios... hacer el alba. Vieja mirada mía... ... de trigos pesados de medio día.